domingo, 28 de febrero de 2010

PROVIDENCE ES UNA HIPERNOVELA: CUESTIONARIO COSTA


Un laberinto procaz y culterano que reformula las mitologías populares con muy mala idea y descubre, detrás del Sueño Americano, el hedor mefítico de un mundo gótico y puritano con urgente necesidad de ventilación. Hija mutante de Pynchon y Foster Wallace, la novela parece obra de un matón intelectual con ganas de pelea (ideológica).


Jordi Costa


1) ¿Qué es "Providence"? ¿Cómo podría definirse una novela tan difícil de definir?


No voy a estropear ahora esa indefinición que le atribuyes como cualidad simplificándola. Italo Calvino habló de “hipernovelas” para describir la multiplicidad narrativa de obras como Si una noche de invierno un viajero y La vida instrucciones de uso, de Perec. Creo que PVD es una “hipernovela” en este sentido también, una máquina narrativa de procesar formas narrativas de muy distinta procedencia mediática. Una novela compuesta de múltiples niveles de realidad y ficción que no se sabe con exactitud si es la base de una película, o la película misma, o un videojuego basado en ésta, etc. Todo esto es algo que el lector debe descubrir por sí mismo. PVD es un juego virtual cuyas reglas sólo se aprenden jugando.


2) En tu novela se integran elementos de ciencia-ficción, de la cultura del vídeo-juego, de la pornografía, constantes guiños cinéfilos... ¿Cuál es el propósito detrás de tanta bastardía? ¿En qué medida hay un radical gesto de ruptura con una tradición española predominantemente realista/costumbrista?


En la escritura de la novela hay un deseo de incorporar una muestra significativa de la cultura contemporánea. La cultura de masas, que es la cultura de la globalización. Mi comprensión del papel del novelista en el siglo 21 no puede ser más crítica: responder desde un medio artístico tradicional a los desafíos de un mundo basado en la permanente novedad tecnológica y el exceso de imágenes e información. Si la respuesta es excesiva es por puro mimetismo. Sólo puedo concebir el realismo en nuestro tiempo de una forma expandida, absorbiendo innumerables elementos imaginarios. Hoy es imposible ser realista sin tener en cuenta la interferencia de ficciones tecnológicas en la vida diaria. Todo el problema del escritor contemporáneo radica en saber cuál es la versión de la realidad con la que se identifica. El problema es que en España hay mucho ensimismamiento narrativo como subproducto de un gran ensimismamiento cultural y político. A este fenómeno, que implica una cierta incapacidad para entender el mundo de hoy en sentido geopolítico, lo llamo “el círculo vicioso español”.


Por otra parte, la pornografía no es un género como otro cualquiera, puede ser una forma de explotación espectacular de la intimidad, o de publicitar esta a niveles masivos, pero desde luego es una forma de representación del cuerpo que ha acabado infiltrando, sin dejar de ser una gran industria, el modo de vida americano hasta grados impensables. Y no sólo este: piensa en cómo la libidinización del mercado es lo que hace tan atractiva a la sociedad de consumo para la mayoría. El problema es qué idea del cuerpo tienen los novelistas. El cuerpo es un actor fundamental de la escena contemporánea y me da la sensación de que una parte de la literatura se niega a darse por enterada de esto. De todos modos, mi concepción narrativa, dado su humor y sentido político, es, más bien, post-porno. Como diría mi admirada Beatriz Preciado vivimos sumidos, lo queramos o no, en “el imperativo fármaco-pornográfico”. Como no soy un moralista a la antigua, sino un observador implicado en la representación en curso, me limito a mostrarlo con ironía a través de mi personaje, el director Álex Franco, y a extraer de sus delirantes experiencias sexuales y psicotrópicas un cierto placer que busco compartir con el lector.


3) La novela incluye referencias al 11-S y tiene un tono muy apocalíptico. ¿Qué ha significado el 11-S para la literatura? ¿Estamos en el fin de los tiempos?


El 11-S supuso el descubrimiento de que la historia se escribía para y desde las pantallas de televisión. Con lo que es imposible entender nada de lo que viene después sin tomar nota de esta mutación radical en nuestra concepción del tiempo, la historia y la vida social (aún no hemos visto casi nada). Por eso en una de las secciones finales de PVD me he permitido la libertad de reconstruir un modelo a escala de lo que fueron los atentados, con variantes y añadidos, pero respetando la lógica, los mecanismos y las secuelas del acontecimiento que acabó de una vez por todas con la inocencia del espectador de telediarios. El Apocalipsis de la novela es paródico, en cierto modo, en la medida en que desde los comienzos del género el tono profético se mezclaba con visiones carnavalescas del mundo celestial y efectos especiales digitalizados. PVD es el Apocalipsis filmado en 3-D por Fellini…


4) Tu novela comparte personaje con otra de las novelas comentadas en este artículo, "El fondo del cielo" de Rodrigo Fresán. El personaje es Lovecraft. ¿Podrás hablar de tu particular relación de amor/odio con Lovecraft?


No tengo relación amor-odio. Los relatos de Lovecraft me fascinan y no encuentro mejor expresión del horror del universo y, al mismo tiempo, por sus mismos excesos cósmicos, mayor burla de los límites y miserias de la especie humana. Al revés de Houellebecq, leo a Lovecraft a través de Nietzsche y no de Schopenhauer, con lo que me imagino que en una futura civilización será leído como un profeta irreverente de la extinción de la cultura humanista. Este es el espíritu intempestivo con que lo introduzco en PVD. Otra cosa es que, además, explote en beneficio del placer narrativo sus tendencias racistas y misóginas hasta el punto de convertirlo, como avatar de la Providencia, en un asesino en serie de videojuego. Por otro lado, es el escritor que encarnaría el alma fundacional de América, esa utopía fanática cuyo desnudamiento es otro de los motivos dominantes de la novela…


5) "Providence" es, entre otras muchas cosas, un ajuste de cuentas con la cultura americana, con su paradójica condición de mundo deslumbrante levantado sobre los cimientos de lo gótico. Tu experiencia americana, ¿ha sido decisiva para elaborar esta feroz visión del Imperio?


Era inevitable que fuera así ya que uno está impregnado de los valores, iconos y mitos de la cultura americana desde la adolescencia, y cuando se instala a vivir allí, al poco tiempo todo eso se pone en marcha, como un bagaje inconsciente, y entra en conflicto con la realidad cotidiana, con el modo de vida y los valores reales que lo controlan todo. De esa fricción áspera surge la primera chispa de PVD. Ese contraste entre la fachada fascinante y seductora, que todo el mundo consume (Warhol sería el mejor emblema de todo esto), y el sótano de los horrores, los miedos y los monstruos (Lovecraft es el paradigma otra vez), que no todo el mundo percibe. Todo lo demás se deriva del puro placer del juego literario consistente en explorar ese escaparate de moda y tirarle algún ladrillo iconoclasta y en bajar al sótano de vez en cuando en busca de aberraciones…


6) Entre los iconos de la cultura popular que aparecen en tu novela también está Darth Vader, que da pie a una escena que parece digna de "V" de Thomas Pynchon. ¿Te consideras heredero del post-modernismo americano? ¿De qué nos sirven esas mitologías populares americanas a la hora de entender el siglo XXI?


Cómo no deberle algo al posmodernismo. Es la primera estética literaria que nos saca definitivamente de las casillas aristotélicas, por eso tantos la rechazan hoy, en estos tiempos de regreso ideológico a concepciones narrativas más conservadoras y domesticadas. Hasta su aparición, la narrativa era o bien fantástica, en el tradicional sentido de la expresión, o bien realista, en el más naturalista o psicológico. Con la irrupción de los posmodernistas, con Pynchon a la cabeza, la imaginación y la fantasía, los mitos seculares y las mitologías públicas o privadas, los estereotipos de los medios de masas y las tecnologías de los medios, la cultura popular y las imágenes del cine, la publicidad y la televisión, se infiltran en la ficción al mismo nivel de realidad que la llamada vida cotidiana. Esto es lo que más me ha interesado al escribir PVD con un sentimiento enciclopédico respecto de esta cultura de masas, como un artefacto narrativo donde cabe integrarlo todo, desde los videojuegos, los deportes masivos, You Tube, Tiburón o E. T., hasta iconos del mal como Vader, ese Bin Laden galáctico, pero proporcionando versiones insólitas y perversas de todo ello con el fin de contrariar las interpretaciones tradicionales.

PROVIDENCE FEEDBACK (13)



FERRÉ-PROVIDENCE-LOVECRAFT


ANTONIO GARRIDO MORAGA


DIARIO SUR



El campus de la universidad de Brown rinde culto al equilibrio de la razón con el templo clásico de la Manning Chapel y con el espíritu ilustrado y puritano con el que se fundó en el siglo XVIII. Adoro esta universidad en la que he pasado momentos inolvidables y recuerdo una vez en la que me alojaron en una casa también dieciochesca donde pasé una noche de lectura mientras caía la nieve y el reloj dejaba oír sus campanadas solemnes cada hora. Aquella lectura no podía ser de otro autor que de H. P. Lovecraft y siempre me ha gustado pensar que Providence era Arkham, aunque se suele identificar a la ciudad imaginaria con Salem, y que Brown es la Universidad de Miskatonic donde se custodia el libro maldito, el Necronomicon.


Todo ha saltado por los aires y los cascotes del orden se amontonan tomando formas extrañas, fantasmagóricas. Las columnas dóricas se han derrumbado y los fragmentos son testigos mudos de un sueño que nunca fue otra cosa que una inmensa mentira, que una simulación, que una máscara que ocultaba la realidad de las llagas y de los dolores, del pus y de la sangre, de la mecánica del sexo. Esta magnífica novela, y no suelo prodigar el adjetivo, enlaza con el ejercicio de desvelamiento implacable que fue 'La fiesta del asno'.


Postmoderno


Providence-Providencia, no es otra cosa que caos, el mismo que subyace a la estupidez dominante, a la vaciedad de un modelo que es sólo fachada, al canon superado por el fragmentarismo de la postmodernidad. Creo que Ferré es un escritor postmoderno de verdad; qué quiero decir; que como todo escritor verdadero se implica y se explica en páginas que no son metáfora de la realidad, que son cervantinas; es decir, lúcida narración plena de ironía, de humor, de claves, de guiños para desvelar, de nuevo la palabra, eso que llamamos realidad contemporánea por no tener mejores términos que emplear. Nada es inocente y menos en estas páginas laberínticas, siempre libres, que mantienen la estructura en equilibrio inestable porque la estabilidad no puede existir en el mundo de Internet, de las redes sociales, de las nuevas, terribles y magníficas maneras de relacionarse, de gozar, de amenazar, de desesperarse, hasta de informarse.


Nada es lo que parece y todo lo que parece es sin dudas. Álex Franco es el personaje perfecto para encarnar al héroe errático, al fracasado, al cineasta español que, después de participar en Cannes con su película 'La fiesta grande' con más pena que gloria, se encuentra con una mujer mayor, seductora, que le entrega un guión y un vídeo al tiempo que se despoja del vestido turquesa y de las braguitas a juego. Tiene un cuerpo agotado y unos pechos que desmienten su edad, contraste que ocupa toda la narración. Ni el vídeo ni el guión son tales; desde el principio el juego literario tan riguroso cuanto sarcástico; en el vídeo, casero, aparece una nómina de temas posibles: escenas porno, coches que se persiguen, una pelea, un asalto a mano armada, un tiroteo, una charla; situaciones de géneros fílmicos populares que se repiten en espiral, la figura geométrica que conviene a la novela. El manuscrito se titula 'Providence' y no tenía especificaciones técnicas y tampoco argumento o trama en el sentido tradicional del término.


Creo que en esta indefinición previa está la base de nuestra propia indefinición, de nuestra niebla, del difuminarse de los contornos, con lo que el foco narrativo puede captar la deformación del referente sin ser infiel al propio referente aunque lo parezca al lector no avisado. La deformación es la realidad. Delphine, que ese es el nombre de la dama, le plantea que haga una película basada en ese material, en la nada. ¡Sombra, cámara, acción!


El triángulo básico


El fragmentarismo es fundamental en la estructura, las piezas no tienen porqué encajar pero el juego oculta la mano férrea que controla la progresión rápida, frenética a veces, donde las múltiples historias y los múltiples personajes se cruzan, se esconden, vuelven, todo ello con el cine, el sexo y el campus como ángulos del triángulo básico, embrionario de la novela que tiene al misterio como hilo conductor; en suma, una gran parodia de la vida norteamericana, esperpéntica en tantos casos.


Las situaciones extremas también son claves en el texto. La historia de Álex, profesor visitante, sin éxito, en Providence, es el único eje alrededor del que gira la doble realidad, la de una sociedad histérica con todas las posibilidades tecnológicas a su alcance, con todo el sudor y todos los flujos de infinitos orgasmos, con mafias, poderes ocultos, conspiraciones y la de esa misma sociedad que pretende haberse quedado inmóvil en la perfección puritana, en la fachada noble y digna. Las narraciones de Lovecraft ya dinamitaron con su mitología de Cthulhu las bases de ese puritanismo del que el autor estaba preso; Ferré no necesita monstruos, descubre que todos somos monstruos, todos somos ángeles. La estructura es compleja pero necesitaría otro artículo.

PROVIDENCE FEEDBACK (12)



PECADO ORIGINAL


JUAN ÁNGEL JURISTO


ABCD

El aparente aspecto caótico de la trama de este libro esconde una de las respuestas más inteligentes que se han dado últimamente en nuestra narrativa al hecho de cómo ajustar las exigencias de la novela a una realidad que se nos muestra cada vez más como una obra de ficción de mediocre calidad y de previsto desenlace. El resultado, espléndido, revela algo más que el azaroso destino de varias historias que convergen, finalmente, en la ciudad de Providence, localidad natal de Lovecraft y asentamiento legendario de las comunidades puritanas que alumbraron el nacimiento de Estados Unidos, y se muestra como un proceso a nuestra civilización y la constatación de que la barbarie, aliada a la tecnología, sólo puede desembocar en el desmoronamiento de una cultura. Pero no teman, lo del discurso apocalíptico es cosa mía; el autor sólo es responsable de una novela de dimensiones respetables y de proporcionar una lectura gozosa.

Fragilidad moral. Creo, en realidad, que es una de las narraciones de claro débito postmoderno donde se aprecia lo mejor que puede dar de sí esta manera de concebir la obra de arte cuando sus planteamientos son rigurosos y no consecuencia de juegos inanes. En Providence, Juan Francisco Ferré, profesor en Brown, le ha añadido a un lugar tan romo cierta fragilidad moral y le ha sumado, además, rasgos legendarios muy enraizados en el imaginario fundacional de Norteamérica como nación.

Consecuencia de ello es una trama un tanto frenética y onírica donde un cineasta, Álex Franco, fracasado en Cannes, termina recalando en esa ciudad, con ánimo de hacer una película y, mientras tanto, ganarse la vida dando clases en la Universidad, y se encuentra inmerso en una realidad que deja chicos sus fantasmas más temidos. De los padres fundadores a Lovecraft; del dinero fácil y el gesto glamouroso a los horrores de los mitos de Cthulhu, hechos ahora corporación y videojuego; de los campus universitarios a su consecuencia sexual más fantasmagórica, la de secuencias sin fin donde el sexo no contiene un ápice de erotismo -escenas que se cuentan entre lo mejor del libro-, esta novela, que se muestra en sus tramas tan cambiante como la realidad que intenta describir, es una de las muestras más cabales, se entiende que literariamente, del retrato de un mundo, el de nuestra Modernidad, en descomposición.

En este sentido, creo que Juan Francisco Ferré atiende más al eco del J. G. Ballard de Crash o Milenio negro que al de otros contempladores de lo apocalíptico, inmersos en una visión un tanto de comiquería de la existencia por venir. Desde luego que la metáfora que recorre el libro es evidente, pero lo que conviene destacar de estas páginas es su profunda ironía: la destrucción está enquistada en la fundación misma de lo utópico.

El lado tenebroso. No es baladí que la trama suceda en Providence, lugar antiguo, fundacional, de algunas de esas nuevas jerusalenes que el democrático puritanismo diseminaba con el Libro en la mano y el voto ciudadano en la otra. No es baladí, tampoco, que la trama se extienda al significado del nombre mismo de la localidad, la Providencia divina, y que todo ello esté asociado al horror, a la sensación, quizá un tanto infantiloide pero llena de esa tendencia a la publicidad tan de aquella tierra, con que un escritor de dudosa excelencia como Lovecraft supo reflejar el lado tenebroso del que estaba construida esa Nueva Jerusalén.

Contraste brutal. Es mérito de Juan Francisco Ferré haber sabido aunar el espanto naif que sostiene los mitos de Cthulhu con el horror tan verdadero que surge de los mundos atisbados por Ballard. Podría haber recurrido a otras deudas, por ejemplo a Nathaniel Hawthorne -incluso podría haberle venido de perilla-, pero el brutal contraste que recorre el libro, esa mezcla de horror, banalidad, inanidad, sexo y estupidez, se hubiera visto lastrado al haber entrado en otros ámbitos. Providence es un libro escrito con inteligencia, además de ser una buena narración cuya brillante estructura no se adueña de lo mejor del libro, el modo en que está contado.

PROVIDENCE FEEDBACK (11)



PESADILLA AMERICANA


PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA


EL CORREO VASCO


“Me llamo Álex Franco y soy director de cine. O lo era, si lo prefieren. Vine a Providence a escribir el guión de una nueva película. Vine a Providence con la excusa de escribir el guión y preparar la película. Con la intención de reescribirlo, más bien, engañado por la promesa de poder filmarlo con una buena financiación y un equipo internacional de primer nivel. Alguien de cuyo nombre no puedo acordarme ahora lo había escrito previamente. No para mí, no necesariamente para mí. Lo había escrito y basta”.


De ese modo, con un nerviosismo casi eléctrico, se presenta el protagonista de Providence, la cuarta novela del malagueño Juan Francisco Ferré. Además de un cineasta mediocre, Álex Franco es una criatura dotada especialmente para la reflexión mordaz y la atracción de problemas descomunales. Providence es la crónica de su descenso a unos infiernos, concretamente unos infiernos que adoptan la forma de la América contemporánea, con toda su carga de felicidad plastificada y paranoia.


Hay muchas novelas dentro de la novela que ha quedado finalista del Premio Herralde. Hay una novela de campus desquiciada y algo pornográfica, hay una novela de terror, hay un “thriller” que quizá interesase a Tarantino, hay una novela fáustica que se nutre al mismo tiempo de los clásicos y de Internet, del género “pulp” y de las pesadillas de Howard Phillips Lovecraft, maestro del terror cuya sombra visita con frecuencia estas páginas.


Además de para dar a conocer a su autor al gran público, Providence servirá quizá para situar a su autor en la primera línea de uno d e los grupos más activos de la narrativa del momento en nuestro país. Me refiero a eso que a veces se llama “Generación Nocilla” y a veces “Afterpop”. Dueño de un mundo tenso y multirreferencial, Ferré es una de las voces más atractivas de ese grupo en el que encontramos autores como Agustín Fernández Mallo, Vicente Luis Mora o Eloy Fernández Porta. Además de un narrador dotado de una imaginación anfetamínica, Ferré es un escritor preciso y malévolamente inteligente. Que su última novela alcance una mayor difusión respaldada por el prestigio del Premio Herralde es una buena noticia para nuestras letras.

PROVIDENCE FEEDBACK (10)



JOSÉ MARTÍNEZ ROS


NOTODO.COM


Providence es una ciudad de la costa este de Estados Unidos. Providence es el lugar de nacimiento del célebre escritor de relatos de terror Howard Philips Lovercraft. Providence es el título de la última novela de Juan Francisco Ferré, finalista del premio Anagrama 2009 y, sin duda, una de las experiencias intelectuales (y emocionales) más impactantes que ha producido en los últimos tiempos la, en general torpe y alicorta, narrativa española. Nos hallamos ante una obra que rompe radicalmente con todas las expectativas acerca de lo que podíamos esperar de una novela de este país; si hay que buscar sus antecedentes, nos deberíamos referir a autores como Thomas Pynchon o el llorado David Foster Wallace o, como máximo, a uno de los grandes excéntricos de nuestra literatura, el Julián Ríos de Larva.

La trama de Providence está compuesta por un sinfín de muñecas rusas cuyas sucesivas revelaciones –sectas, videojuegos, conspiraciones, violencia y sexo salvaje- giran en torno a una tétrica ciudad donde el presente hipertecnológico ocultan miedos y taras que hunden sus raíces en un pasado oscuro y no demasiado bien enterrado. Asímismo, es un magnífico estudio sobre el miedo contemporáneo post 11-S, donde el terrorismo se combate a través de la manipulación de las masas por centros de poder cada vez más lejanos y misteriosos. Aunque no carece de defectos –sobre todo un inicio titubeante y carente de ritmo: hasta que el protagonista, Alex Franco, un director de cine semifracasado, llega a la Providence del título, la novela no alza el vuelo, pero a partir de ese instante no deja de crecer, hasta un final para el que el adjetivo “apocalíptico” se queda corto-, no se la pierdan. Este finalista supera de largo a casi todos los ganadores.



DANIEL ENTRIALGO


ESQUIRE


A pesar del evidente homenaje al maestro del terror –H. P. Lovecraft- en título y cubierta, esta inquietante historia, Finalista del Herralde de Novela, no gira en torno al creador de los Mitos de Cthulhu. Un director de cine underground recibe el encargo de rodar un guión de título imaginativo: Providence. Con cierto regusto a David Lynch, Ferré construye una inquietante ficción que une el Festival de Cine de Cannes, las discos de Marrakech o el paisaje americano más gótico.

domingo, 14 de febrero de 2010

UN APOCALIPSIS MADE IN SPAIN


No es menos irritante quien arruga la nariz ante la sola mención del concepto cine español. Porque, en efecto, el cine español es caspa, boina y Guerra Civil, pero, también, la Última Cena de “Viridiana”, el sexpresionismo pop de Jesús Franco, los caos ordenados de Berlanga, la jamona suspendida de “Bilbao”, el Perforator musculoso de “Diferente”, Santiago Segura, Álex Angulo y Armando de Razza colgados del rótulo Schweppes, “Mamá es boba”, “Fotos”, las trapisondas del Torete, la cámara vampiro de “Arrebato” y tantas cosas que han contribuido a abrir nuevas ventanas al asombro en el corazón de nuestro entrecejo.


Jordi Costa, Monstruos Modernos


A Iván Zulueta y a Francisco Regueiro


¿Puede una novela gráfica[i] convertirse en un agudo análisis de la historia reciente y el estado de cosas del cine español? ¿Puede un retrato hostil pero cómico de un cineasta de éxito diagnosticar la patología que aqueja no sólo al cine sino, en general, a la cultura española? Y, sobre todo, ¿es esta hilarante acumulación de denuestos y descalificaciones contra Amenábar una paradójica forma de encumbramiento de su figura? ¿O es que no había otro modo crítico más eficaz de “denunciar” el supuesto daño que Amenábar le ha hecho al cine español?


Mis problemas con Mis problemas con Amenábar comienzan desde el momento mismo en que, mientras lo leo, no ceso de interrogarme, entre risas estentóreas y pellizcos de incredulidad, sobre el efecto final de este lúdico artefacto explosivo en su declarado objeto de mofa. La historieta, narrada con truculento sentido del humor y (auto)ironía, una tenue dosis de metaficción didáctica y descacharrantes viñetas coloristas, es el relato genealógico de los desencuentros en festivales y preestrenos del doble grotesco del escritor y crítico de cine Jordi Costa (Mostrenco) con la personalidad y el cine triunfales de Amenábar.


Haciendo un chiste fácil con algunos títulos de éste podría decirse que la “tesis” del libro pretende abrir los ojos de “los otros”, los espectadores multitudinarios que han consagrado a Amenábar como gran genio del cine español, a la inanidad rampante de sus propuestas creativas. Y, para adornar la caricatura con un toque sensacionalista, descubrirles su personalidad fría, calculadora e inhumana, más propia de un psicópata o un alienígena invasor que de un reputado cineasta, según se muestra en la delirante pesadilla en que Mostrenco cae en las garras del indeseable genio del mal, que no duda en “deshuesarlo” con una cuchilla de afeitar, meterlo en una maleta y mandarlo en ese estado gelatinoso a sus aterrados padres.


Como se ve en este ejemplo, el jugoso anecdotario del crítico Mostrenco con su bestia negra cinematográfica se contamina con los presupuestos peliculeros del director a fin de mostrar que su acción magnetizadora se ejerce, como en una de sus confusas tramas, desde el subconsciente, dominando la deriva de los sueños de los espectadores y abduciendo también las mentes de productores y críticos, que caerían rendidos bajo su influencia nociva.


Sin embargo, la “tesis” militante de Mostrenco contra su archienemigo, inspirada en Jesús Franco[ii], sólo se expone momentos antes de que el publicitado estreno de la insufrible Ágora alejandrina desencadene el diluvio definitivo o el apocalipsis del cine español del que este libro se erige en profecía visionaria y crónica costumbrista al mismo tiempo. El cine español, para huir de los modelos principales que lastraban su creatividad (el “aburrido” cine de autor a la europea y el reprimido cine de Hollywood), debía proporcionar, sobre todo, placer y alegría dionisíaca a sus espectadores. Y así lo entendieron los primeros productos renovadores de tal combinación de goce cinematográfico y tirón popular (Pedro Almodóvar y Álex de la Iglesia) hasta que apareció Amenábar e impuso en el cine peninsular un simulacro narrativo último modelo, relamido y anodino, que encandiló a las masas por su formidable vacuidad y mimetismo americano.


Mi único problema con esta provocativa “tesis” es que si Amenábar fuera en efecto, como señala el prólogo, “una creación colectiva orientada a impulsar y mantener un determinado status quo”, habría que plantearse si la mercancía de marca Amenábar no estaría ofreciendo, en el fondo, una solución cinematográfica a los problemas de un espectador que no “se reconoce” en las producciones españolas porque no “reconoce” en ellas la imagen que tiene de sí mismo o de su país (o sólo “reconoce” una imagen ingrata), y prefiere consumir una réplica artificial, tecnológicamente al día, con la que engañarse sobre su importancia y papel en un mundo cada vez más inhóspito.


En suma, el ingenio narrativo y la brillantez visual de este libro corrosivo estarían al servicio de una interrogación radical (ideada como un crucigrama estético y político de gran alcance) sobre los mecanismos, las miserias y las mitologías con que funciona la cultura española desde el final de la transición (con especial énfasis satírico en los prolíficos festivales de cine y demás eventos provincianos). El problema, por tanto, no es Amenábar. O no sólo, no de manera prioritaria. Más bien como síntoma delator de un mal arraigado en las arcaicas o anticuadas estructuras españolas (tanto sociológicas como antropológicas)[iii]. El problema básico es por qué en cualquier otro ámbito cultural o académico nos resultaría tan fácil imaginar una historieta análoga: “Mis problemas con…” (póngase el nombre más deseado o indeseable).



[i] Jordi Costa y Darío Adanti, Mis problemas con Amenábar, Editorial Glénat, 2009.

[ii] Para quien albergue dudas sobre la relevancia histórica y cultural del cine de Jesús Franco no se me ocurre mejor remedio que la lectura de la monografía de Tatiana Pavlovic: Despotic Bodies and Transgressive Bodies: Spanish Culture from Francisco Franco to Jesús Franco.

[iii] En mi reseña de España, de Manuel Vilas, ya adelantaba algo de esto.