viernes, 25 de enero de 2013

EXTREMA DESORIENTACIÓN: MURAKAMI EL OSCURO




[Ryū Murakami, Piercing, Ediciones Escalera, trad.: Ana Lima]

Para el extranjero o gaijin, como llaman con cierto desprecio los nativos del filiforme archipiélago  a todo el que viene de fuera, no hay instrumento mejor que el cine o la literatura para radiografiar el Japón contemporáneo, ese imperio de los signos paradójicos cuya apariencia bulliciosa y caótica suele despistar al turista ocasional. Una forma inteligente podría pasar por la frecuentación de su cine más reciente, adentrándose en los mundos extremos y turbulentos de directores como Sion Sono, Shinya Tsukamoto, Kiyoshi Kurosawa o Takashi Miike (quien, por cierto, adaptó en Audition la inquietante novela homónima de Murakami). En ese caso estaríamos seguros de recibir dosis alucinógenas de estimulación visual y penetración mental en las agonías y traumas de sus personajes. A pesar de la originalidad de este nuevo cine nipón, que tan poco atrae al espectador español, no conozco guía más perspicaz en ese mundo poliédrico y fascinante que el escritor y cineasta Ryū Murakami (1952), gran cronista del  malestar y la decadencia japonesa de las últimas cuatro décadas, un avatar tenebroso del otro Murakami, pero mucho menos popular y rentable.
En cierto modo, la fuerza narrativa de Murakami nace de un insólito cruce entre su predilección estética por los motivos escabrosos y las historias transgresoras y su polémica vocación de moralista del presente de su país y de su cultura. Esta faceta de su personalidad se expresa, sobre todo, en los postfacios de sus novelas, donde suele esclarecer las fuentes de inspiración de las mismas y también las reflexiones personales que acompañaron su creación. En el elocuente postfacio de Sopa de miso, una de sus novelas más reconocidas, Murakami confiesa que la realidad pone a prueba su imaginación, hasta el punto de confesar su incapacidad para poder seguir, novela a novela, el escandaloso “hundimiento de la sociedad japonesa”. En el postfacio de Piercing, excluido por razones incomprensibles de esta edición, Murakami anuncia el designio moral de toda su narrativa: la traducción artística de “los gritos y susurros de los que se asfixian”, faltos de palabras para expresar la desesperación y la anomia en que se debaten sus desgraciadas vidas. Como novelista concienciado, Murakami se arroga, además, la difícil tarea de reciclar la basura social y cultural de su tiempo.


En Piercing, novela anterior a Sopa de miso, la lucha entre el silencio del sufrimiento y la liberación por el grito, entre la aceptación muda del dolor y la expresión lacerante de los males que afligen a los individuos, se hace materia misma de la narración, carne y sangre de las palabras y las frases con que Murakami va tejiendo esta historia desgarradora hasta conducirla a grados de tensión verbal y crispación psicológica insuperables. Un modesto dibujante publicitario, Kawashima, maltratado en su infancia por una madre despótica y cargada de odio, siente un día la tentación de amenazar la vida de su hija de cuatro meses con un punzón picahielos con el que ya había apuñalado, en su juventud, a una amante madura con la que mantenía una relación tortuosa, tan edípica como perversa. Para no dañar ni a su bebé ni a su mujer, una hacendosa cocinera de panes y pasteles, decide urdir un meticuloso plan digno de un psicópata: sacrificar a una joven prostituta a fin de desviar la pulsión criminal hacia esta víctima expiatoria y salvar así la amenazada integridad de su familia. La consumada inteligencia novelesca de Murakami logra que la figura antagónica de la prostituta Chiaki sea tan enfermiza y fascinante como catártico su encuentro privado con el esquizofrénico padre de familia.


Esta parábola introspectiva y perturbadora sobre las perforaciones de la carne y la psique acaba convirtiéndose en un exorcismo ritual de conjuración de los traumas individuales y colectivos, donde el punzón del crimen actuaría como el hacha de Kafka taladrando la congelación anímica de ambos personajes. El corolario negativo de ese combate simbólico de caracteres lo expresa Murakami en el postfacio de Sopa de miso: “la decadencia no hará más que acelerarse mientras se refuerzan fenómenos de orden reaccionario y regresivo”.

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