miércoles, 9 de septiembre de 2015

TIEMPO DIGITAL



[Sergi Sánchez, Hacia una imagen no-tiempo. Deleuze y el cine contemporáneo, Ediciones Universidad de Oviedo, 2013, págs. 308]

En cierto modo, uno siempre está en la punta extrema de la ignorancia, y hay que instalarse precisamente allí, instalarse precisamente en la punta de su saber o en la punta de su ignorancia, es lo mismo, para tener algo que decir.
-Gilles Deleuze-

Allí donde la televisión fracasa, allí donde se deja asfixiar por su función social, la literatura triunfa.
-Sergi Sánchez-


En un país donde notorios críticos cinematográficos tienen gustos estandarizados y ostentan su ignorancia o sus prejuicios, sin complejos, ante un público cómplice de sus crasas limitaciones, la figura de Sergi Sánchez, crítico de Fotogramas desde los noventa hasta la actualidad, es una excepción brillante.
            Para los que seguimos con genuina curiosidad la pluralidad artística del cine contemporáneo, las singulares críticas de Sánchez son siempre un estímulo y una alegría, incluso en la discrepancia ocasional. Películas fundamentales de las últimas décadas como El club de la lucha, Existenz, Kill Bill, Demonlover, Olvídate de mí, Adaptation o Gerry hallaron en él, en el momento de su estreno, al espectador inteligente y polémico, analítico y comprometido que sus estrategias innovadoras de subversión cultural y revolución visual requerían. Por fin Sánchez ha atendido la exigencia de sus lectores y ha decidido sistematizar su pensamiento.
Comentando Gerry, precisamente, anticipaba Sánchez algunos argumentos centrales de este magnífico libro, una de las contribuciones más exhaustivas y rigurosas a la teoría mediática de la era digital: “la diferencia entre mirar y ver radica únicamente en nuestra capacidad para vivir el transcurso del tiempo, o lo que es lo mismo, de sentir el tiempo cinematográfico como una posibilidad, exquisita e irrepetible, de entender qué sentimos como espectadores, cuál es el efecto del tiempo sobre nuestra mirada”.
El tiempo, en efecto, esa es la categoría esencial que domina el discurso de Sánchez, el tiempo y su relación con la imagen antes y después del advenimiento de la imagen digital. El libro se plantea aplicar, de manera crítica, los conceptos filosóficos de Gilles Deleuze al cine del presente. Los influyentes estudios sobre cine de Deleuze, publicados en los años ochenta, se dividían en dos volúmenes: el primero analizaba la “imagen-acción” (el cine clásico de Hollywood, así como el cine ruso, francés o alemán de los años veinte y treinta) y el segundo la “imagen-tiempo” (desde Renoir, el neorrealismo y la nueva ola francesa hasta el fastuoso cine de Welles, Ophüls, Kubrick, Antonioni, Resnais, Robbe-Grillet, Losey, Fellini, Tarkovski, Garrel o Syberberg).


Más ecléctico que el filósofo, Sánchez entiende la creación cinematográfica contemporánea como síntesis de ambos tipos de imágenes, con películas de una pureza absoluta en la plasmación visual del tiempo (cierto cine europeo o asiático) o de una impureza también extrema en la apuesta por un montaje de acción trepidante desprovisto de cualquier respeto lógico a la temporalidad (el cine de Michael Bay o Tony Scott servirían de paradigmas). Pero también advierte Sánchez la complejidad estética y tecnológica de la época en el hecho de que un blockbuster consagrado a la glorificación de la velocidad y la acción espectacular pueda contener imágenes o secuencias de contemplación visionaria del tiempo (ejemplo reciente: ciertas secuencias oníricas y nocturnas de Mad Max: Furia en la carretera). O que la televisión, con su exitosa profusión de teleseries de calidad, encarne a día de hoy la resurrección de un cierto clasicismo narrativo.
No obstante, el punto inexorable hacia el que converge el lúcido análisis del libro es el surgimiento de una visualidad puramente digital, donde tiempo y espacio, ficción y realidad han alcanzado tal grado de fusión que, como tal, puede calificarse como “imagen no-tiempo”. Una imagen sin duración, una imagen despojada de los signos reales que la vinculan con las percepciones de la sensibilidad humana. Una imagen sintética ubicada más allá del tiempo cronológico y generada por la información numérica (los algoritmos y los píxeles), como el producto hipertextual de una base de datos o de un infinito banco de imágenes almacenadas en un cerebro cibernético.
Estamos aún en un período de transición y es evidente que esas imágenes artificiales no se harán dominantes hasta que la mutación del espectador se complete. Este cine inconcebible del futuro, un cine virtual para androides o zombis posthumanos, tendrá como profetas impensables a directores como Cronenberg, Greenaway y Lynch, baluarte este último, en palabras de Sánchez, del devenir-mujer del espectador. 

2 comentarios:

julian bluff dijo...

Le preguntaría a Sánchez ¿dónde fracasa la televisión? Y con más curiosidad aun ¿donde triunfa la literatura? Que me hablase de paises, ciudades, pueblos, aldeas, casas de vecindad, habitaciones... donde eso suceda. Datos, datos, datos. Sánchez, triunfalista al cabo, se imagina, o quiere imaginarse, que la vida es como él se la imagina ¡Cuánta imaginación!. Y habla de un cine del futuro inspirado por Cronenberg, Greenway y Lynch. Que existirá ya lo creo. Y que será degustado, y apreciado, por cuarenta oportunistas de vanguardia de los que, al final, solo cuatro “seguirán vivos”. Y la gente del futuro continuará entregada a las superproducciones de acción a punto ya de conseguir ese efecto especial -todavía no perfeccionado del todo- que va a permitirles a los espectadores sentir que son ellos los que atizan la hostia, los que cuelan la polla. En el futuro, la tendencia es inevitable, lo físico va arrollar definitivamente con lo psiquico, hasta el punto de que la filosofía se empleara únicamente para tratar a los psicópatas y los inadaptados, buscando su suicidio. Adorable inocencia la de Sánchez.

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Sí, amigo Gracq, Sánchez habla de Arte y yo lo secundo en eso. Llámenos ingenuos, si quiere, pero más vale la inocencia del devenir, como diría el maestro, que el filisteísmo grosero de los amos del mundo y de sus risueños esclavos. Ya sé qué formas de espectáculo arrebatarán al populacho en el futuro, no necesitamos, ni Sánchez ni yo, su implacable pronóstico para saberlo, pero el pensamiento minoritario y la creación son capaces aún, en medio del rugido totalitario de las masas, de abrir las puertas de la mutación o la metamorfosis. Lo siento, en esto como en todo, es necesario elegir el bando en que uno (aunando mente y cuerpo) desea inscribirse…