lunes, 26 de octubre de 2015

CONCUPISCENCIA LITERARIA


[Henry James, Los papeles de Aspern, Navona, trad.: José María Valverde, 2015, págs. 174]

[Según William Gass, el propósito moral de la narrativa de Henry James se cifraría en contrariar y contradecir la filosofía pragmática de su hermano William como explicación principal de la conducta humana. No sé si estoy de acuerdo con Gass, aunque soy consciente de que el análisis de una obra magistral como “Los papeles de Aspern” podría darle la razón.]

“La sensación de fracaso de la señorita Tina había producido en ella una alteración extraordinaria, pero yo había estado demasiado henchido de mi concupiscencia literaria para pensar en ello” (las cursivas son mías).

-H. J., “Los papeles de Aspern”-

Se equivocan quienes creen que para ser “moderno” basta con leer a los autores del día. Para ser moderno de verdad (o más que moderno) habría que leer a los maestros actuales con similar inteligencia con que se lee a los maestros antiguos. Entre estos ninguno menos antiguo que Henry James, por cierto, a quien a estas alturas del siglo, cuando ya todos nos situamos más allá de la modernidad y la postmodernidad, habría que saber leer con nuevas perspectivas para no recaer en las viejas añagazas de una crítica académica que ha quedado desmantelada en sus presupuestos y fundamentos estéticos, como demuestra, entre otras cuestiones, esta memorable nouvelle de James, acaso la más incisiva y artística de sus ficciones breves.
El anónimo narrador, un intrépido investigador dispuesto a satisfacer a toda costa sus turbios deseos literarios, se gana la confianza del lector ingenuo y de su maliciosa cómplice en la sombra, la señora Prest, a fin de infiltrarse en la lóbrega mansión veneciana de las señoritas Bordereau, tía y sobrina, en pos de las reliquias documentales de su poeta venerado (Jeffrey Aspern). La anciana mujer, Juliana, quien a sus veinte años fue la amada lírica y quizá la amante prosaica del fogoso vate americano, podría estar en posesión de cartas que desvelarían la verdad desnuda de sus relaciones amorosas. Las escenas antológicas donde el narrador se enfrenta a la figura totémica de Juliana, musa juvenil transformada en momia centenaria, crean un paralelo irónico con la trama galante de encuentros equívocos con Tina, la sobrina solterona a quien la tía celestinesca, en nombre de rancios ardores, incita a dejarse cortejar y seducir.
James escribió deslumbrantes narraciones de fantasmas (“Otra vuelta de tuerca”, “Los amigos de los amigos”) y sofisticados relatos sobre escritores de vida invisible y gris y trasfondo turbulento y escandaloso (“La vida privada”, “La lección del maestro” o “La figura en el tapiz”, otra de sus cumbres narrativas), pero nunca entretejió con tanto refinamiento como aquí la dimensión fantasmal y la literaria para ofrecer una visión paradójica de la vida. El fantasma es un signo de la pervivencia del pasado en el presente, de su alucinante poder para perpetuarse y perturbar la mente de los contemporáneos. Así la literatura: el arte de transformar la trama desleída de la realidad en un espectro verbal dotado de mayor consistencia para el lector que las vivencias diarias.
Se discute aún sobre el papel específico del narrador en la estética de James: los ingeniosos subterfugios y estrategias con que acosa al lector, la sintaxis laboriosa y laberíntica que le obliga a prestar al texto una atención extrema, etc. Los de James son narradores arácnidos que juegan con los procesos mentales y las expectativas de la lectura, como el cine de Hitchcock con sus espectadores, para conducirla al punto de mayor perplejidad. La opacidad narrativa de James se resiste a la lectura superficial y exige del lector, por primera vez quizá, una actividad de desciframiento tan intensa como la del escritor.
La singularidad de “Los papeles de Aspern”, uno de los relatos favoritos de su autor, consiste en reunir en un solo personaje a un narrador enmascarado que es un lector entusiasta de la literatura de otro,  dispuesto a pagar el precio vital más elevado a cambio de poder fisgar, como un vulgar paparazzo, en los papeles privados (ardientes declaraciones de amor o deseo) de su ídolo poético.
La fascinación de James por los escritores como materia narrativa no es ingenua ni narcisista. Responde, más bien, a la voluntad de revelar cómo la vida burguesa se compone de partes luminosas, las que se exhiben con ostentación en veladas y bailes mundanos, y partes oscuras, incluso tenebrosas, que se ocultan en secreteres, baúles, armarios polvorientos y legajos amarillentos. Los escritores, fabricantes del sentido y la sensibilidad sublime de la burguesía decimonónica, son también los escribas venales de sus miserias y mezquindades, así como de sus secretos vergonzosos o inconfesables, casi siempre, como aquí, de naturaleza venérea.

1 comentario:

julian bluff dijo...


Hola!

Declarándome incapaz de dejar de apostillar esta magnifica entrada del amigo Ferré -eso es, carezco de capacidad para callarme- no puedo, por mi parte, dejar pasar por alto, en lo que a esta temática de "divismo" literario atañe, a la hora de glosar a otros divos literarios ocultos, perpetuos y sobrios, al excelente Mujica Lainez y el pasmo por sus "Idolos", al academicista Hollinghust y su acercamiento intelectual al "Hijo del desconocido", al entusiasta Hornby y su obesionante bísqueda de Juliette en pelotas. Incluso al propio julian bluff, quien les habla, y sus porfiadas pesquisas tras los pasos del periodista taurino mejicano Facundo R. Canseco y el hallazgo de la única de sus novelas en vida (cuyo título voy a preferir silenciar).

Podríamos también hablar, aquí, de Gabrielle D'Anunzio, pero eso sería hacer trampas, ya que si detrás de toda su narrativa se encuentra la búsqueda contumaz del artista perfecto, su hallazgo no pasa de ser pura quimera, ya que ese artista que decía andar buscando, ese numen, no era otro que él, él mismo.

Un fuerte abrazo para todos!