miércoles, 12 de octubre de 2016

HOUELLEBECQ DESCONFIGURADO


[Michel Houellebecq, Configuración de la última orilla, trad.: Altair Diez, Anagrama, 2016, págs. 97]

Para entender un contexto posible de lectura de este espléndido libro de poemas habría que tratar de recordar esa extraña película donde se fingía el secuestro de Houellebecq y se estudiaba al ser humano superviviente bajo la máscara del escritor desde un prisma tan veraz como cruento. Imagínense por un momento a Michel encerrado por sus rudos secuestradores en un sórdido cuarto y forzado para sobrevivir a escribir en un cuaderno de hojas sueltas sus emociones y visiones de la vida y la realidad del mundo en una lengua aséptica e incisiva como un bisturí. Mejor aún sería imaginar a Houellebecq en su doble papel de captor y rehén, carcelero y reo por voluntad propia. Houellebecq habría sido secuestrado por su personaje público y todo lo que escribe en un formato que no sea novelesco expresaría su condición de prisionero de sí mismo en la celda de la fama.
La poesía de Houellebecq enuncia como pocas los límites objetivos del género y de la voz subjetiva que lo encarna con patetismo exhibicionista. El yo agoniza impotente, el ego se ahoga a falta de realidad. Si la individualidad significa fracaso, la poesía es el testimonio gráfico, lúcido y embellecido, de ese modo fallido de padecer la indiferencia del mundo. Todos sus motivos orbitan reiterativos en torno del mismo yo exhausto, sin futuro entre los vivos, sin lugar entre los muertos. En este sentido, cabría considerar el traspaso a la novela como una especie de salvación personal.
Si la obra de Houellebecq fuera un disco de vinilo diríamos que la cara A la ocupan las novelas y la cara B las poesías, los ensayos y demás modalidades de no ficción. Pero es en la poesía, precisamente, donde Houellebecq ahonda en lo que denomina con ingenio “la cara B de la existencia”: “Sin placer ni verdadero sufrimiento / Salvo aquellos que derivan de la usura, / Cualquier vida es una sepultura / Cualquier futuro es necrológico”. La conclusión no puede ser más terrible y, al mismo tiempo, exenta de sentido trágico: “La vida no tiene nada de enigmático”.
“Configuración de la última orilla” se publicó en 2013. Se ubica, por tanto, entre “El mapa y el territorio” y “Sumisión”, su novela más reciente, y refleja, en cierto modo, un estado de espíritu que ha alcanzado el grado último de sus posibilidades expresivas e intelectuales, como si todos sus temas estuvieran al borde de la consumación. La verdad obscena del individuo Houellebecq se encuentra en estos poemas. El espíritu Houellebecq funciona como imperativo moral: la infelicidad, la tristeza y el sufrimiento son la única garantía de que el poeta no incurrirá en las mentiras del propagandista de los valores conservadores de la especie.
El poemario se compone de cinco partes tituladas en minúsculas en ambiguo homenaje quizá al gran poeta norteamericano E. E. Cummings. En las dos primeras, la voz de Houellebecq se enfrenta a la “extensión gris” de la existencia donde el tiempo apunta en una dirección desoladora, el envejecimiento y la muerte, obsesión presente en todas sus novelas. En los dos últimos, la (im)posibilidad del amor (“la posibilidad de una isla”, como su famosa novela homónima) y el amor realizado trazan una escapatoria del tiempo que, sin embargo, devasta cuando se eclipsa finalmente sin dejar otro rastro que el dolor intenso y la ausencia traumática del ser amado.
En el centro neurálgico del libro, Houellebecq coloca una docena de poemas polémicos recogidos bajo un título provocativo: “memorias de una polla” (“Los hombres solo quieren que les coman el rabo / Tantas horas al día como sea necesario / Tantas chicas bonitas como sea posible”). Con honestidad y crudeza, Houellebecq se autorretrata como hombre de cuerpo entero frente a la mujer: seducido por la juventud de la vida y los cuerpos y preso de la fijación fetichista con el objeto de deseo masculino llamado “jovencita” (“Las jovencitas se nos dan bien en Francia / (También las hay muy bellas en Italia) / Promesas de felicidad con patas, / Todas orgullosas de sus órganos jóvenes”).
Al final, el poeta Houellebecq sostiene la convicción desengañada de que no hay sufrimiento en el conocimiento ni tampoco consuelo: “Todo lo que no sea puramente afectivo deviene insignificante”. 

1 comentario:

julian bluff dijo...


“Todo lo que no sea puramente afectivo deviene insignificante”

Je t'aime, Michel.