jueves, 29 de diciembre de 2016

SOÑADOR BORGIANO



[Texto leído en la presentación de El gran imaginador (Plaza & Janés) de Juan Jacinto Muñoz Rengel]

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos…

Hasta Borges habíamos dado por sabido que todos los escritores de la historia eran avatares del mismo escritor, reencarnando generación tras generación para reiterar el gesto de la escritura que abarca y abraza al mundo con su intensidad y fulgor y lo hace renacer de entre la materia de las letras como una realidad irreconocible. Hasta Borges habíamos supuesto que ese escritor inmortal, esa trama infinita de escritores que se suceden en el tiempo como las generaciones humanas para impedir que se apague el fuego de la literatura y avivarlo con renovadas ficciones y personajes, contaba con una larga teoría de precursores que inspiraban su escritura y permitían comprenderla. Hasta Borges, santo patrón de todos nosotros los escritores postmodernos, la escritura se conjeturaba análoga a las magias parciales y los procedimientos míticos del sueño donde el soñador da realidad al mundo soñado con la fuerza de su imaginación y lo puebla de criaturas inventadas para luego descubrir, en un juego de espejos que esta espléndida novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel repite con inteligencia, que él también es soñado por otro que sueña y es soñado a su vez, y así al infinito, configurando un bucle eterno de lectura y escritura.
Ahora, gracias a la lectura apasionante de esta novela de Muñoz Rengel, sabemos mucho más. Sabemos, por ejemplo, que todas las peripecias de la biografía oficial de Cervantes son un infundio creado por el gran embaucador que domina la intrincada trama de la novela como el demiurgo preside su creación. Sabemos que desde su primer encuentro en la batalla de Lepanto, cuando uno era ya viejo y el otro solo un joven arrogante e inexperto, y hasta el último en Argel, el destino del escritor llamado Miguel de Cervantes estaba sellado en la imaginación del grandioso fabulador cuyo nombre de nacimiento es Nikolaos Popoulos. Sabemos que este inmenso fantaseador fingió a lo largo de su dilatada y azarosa vida un centenar de heterónimos bajo los que enmascaraba su antigua identidad y adoptaba una nueva para multiplicar el número de las experiencias. Sabemos también que Popoulos auxilió a Cervantes en Argel, cuando más lo necesitaba, y previó la génesis de la obra maestra con que el escritor de Alcalá revolucionaría la literatura de su tiempo.
En la trama borgiana de sus múltiples viajes reales o imaginarios, el proteico Popoulos transforma su cerebro hiperactivo en un inmenso palacio habitado por todas las formas y los recursos de la ficción, la fantasía y el ingenio y se convierte en autor de las primitivas versiones de obras de terror y ciencia ficción que luego firmarían Polidori y Stoker, Mary Shelley y Lovecraft, Gustav Meyrink y Wells, entre otros. Gran viajero del populoso Mediterráneo y de los flujos oceánicos de la mente, dormida o despierta, Popoulos vive una serie de aventuras y desventuras que lo transfiguran en esa categoría inclasificable: el “gran imaginador, es decir, el protoescritor de la modernidad, el escritor de escritores o gran inventor de todas las obras literarias que han incendiado las bibliotecas occidentales desde Cervantes hasta Borges, John Barth, Carlos Fuentes o Italo Calvino, sin olvidar a Umberto Eco, discípulo de todos y generador de una corriente literaria que insemina de fantasía la novela histórica de finales del siglo veinte.
“El gran imaginador” podría definirse, entonces, como la biografía imaginaria del autor imaginario de esta fascinante novela, alter ego creativo de Muñoz Rengel. Él es el gran fabulador del libro, aquel que combate cuerpo a cuerpo con su personaje por ver cuál de los dos incurre en mayores excesos imaginativos, como demuestran las secciones o capítulos donde se describe la pandemia de incendios de bibliotecas, autos de fe, piras, hogueras y quemas de libros, reales o imaginarios, que sacudieron al mundo tras la invención de la imprenta, el episodio fantástico del sitio de Estambul por excéntricos extraterrestres, resuelto con maestría, o la reescritura de la sangrienta historia de Erzsébet Bathory y la del rabino de Praga y su mágica criatura de barro.
Una misma convicción nos une como escritores: la creencia de que el poder de la fabulación, que es el verdadero poder de la literatura, como supo entender Cervantes mejor y antes que nadie, es el poder de embarcar a la realidad en un programa de riesgo y aventura no previsto por los severos sistemas que organizan la realidad. Esta es la médula de lo cervantino a la que apela con singular talento en su novela Muñoz Rengel para traspasar la herencia cervantina y proyectarla mucho más allá, recogiendo todas las fabulaciones y ficciones, todos los géneros y obras que desde la muerte de Cervantes han perpetuado su legado desacreditado hasta el agotamiento y la renovación permanente.
No obstante, una pregunta queda flotando en la mente durante y después de la lectura. ¿Sería este el libro que habría escrito Popoulos, alias Cide Hamete Benengeli, de haber tenido más fortuna en la vida? La respuesta es inequívoca. Sí.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

ESPÍRITU NAVIDEÑO


Mi columna de ayer en medios de Vocento.

Sea creativo y atrévase a convertir la entrañable Navidad en una celebración de la inteligencia.

Está demostrado. Los hombres rebajan su inteligencia a mínimos neuronales en cuanto ven el cuerpo desnudo de una mujer. Un reciente estudio lo ha revelado para escándalo de notorios miembros de la comunidad científica, retratados en sus pretensiones. Sus grandes descubrimientos se los deben únicamente, como decía un chistoso, al escaso porcentaje de féminas sin ropa que han examinado fuera del laboratorio. Las mujeres han protestado contra esa actitud machista, sin reparar en el poder pasivo que les otorga, señalando que solo la visión de un bebé podría obnubilar su inteligencia hasta ese punto.
Un niño de cuatro años, precisamente, hijo de un ex directivo de la Paramount, es el responsable del máximo error cometido por Hollywood en lo que va de siglo. Un bodrio multimillonario concebido por la tierna criatura en un arranque de precocidad creativa que la productora no se atreve a estrenar en estas fechas familiares por miedo al fracaso en taquilla.
Hay demasiadas cosas en la vida que derrotan a la inteligencia. La Navidad, sin ir más lejos. No debemos, sin embargo, resignarnos a los dictados de la tradición. Propongo algunos consejos prácticos para avivar la inteligencia en las celebraciones que se avecinan. Sea creativo. Atrévase a preguntar por todo lo que siempre quiso saber sobre la Navidad y no tema pasar por aguafiestas. Obligue con amabilidad a sus invitados o anfitriones a explicarle qué se celebra y por qué, desde cuándo y con qué fin. Sométalos al test infalible. Haga que le cuenten la historia en detalle, sin mirar de reojo a las figuras del Belén para inspirarse.
Pregúnteles por qué están dispuestos a vulnerar los tabúes que rigen su vida alimenticia, libre de grasas, en nombre de creencias que no comparten o consideran trasnochadas. Cultive la ironía del champán para encuestar a los presentes sobre el gran despliegue eléctrico en calles y avenidas. Pídales opinión sobre la espectacularidad de las luces y el acontecimiento oscuro que festejan. Ya se sabe que las historias cuanto menos se entienden más funcionan.
Celebre la entrada del nuevo año con una sonrisa, anticipando la cantidad de buenos deseos que irán a la basura antes de un mes, sin posibilidad de reciclado. No se atragante contando las doce uvas que marcan un tiempo inexistente. Aproveche las campanadas para hacer balance. Examine su conciencia. Piense en lo hecho durante el último año para superarse. No se engañe. Sea honesto. Es lo mismo que hará el año siguiente.
Ríase de todo, con ganas, en vez de atiborrar su boca con manjares indigeribles o brebajes explosivos, ejercite la risa saludable con desenfreno. Aprenda a decir que no, con educación, sin grandilocuencia. Si es usted inteligente de verdad, no pregunte por los regalos. Eso déjeselo a los niños, que necesitan seguir creyendo en las ilusiones de este mundo.

martes, 13 de diciembre de 2016

EL SIGNO DE CAÍN


Como sabía Dalí, uno de los grandes ilustradores de esta novela, el hombre moderno no es sádico sino masoquista. Profundamente masoquista. El masoquismo cristalizó en la obra y la vida de Sacher-Masoch para luego difundirse como un virus por toda una cultura donde la bancarrota del patriarcado y la insurgencia del feminismo encontraron en esa moral particular un fermento ideológico. Cualquiera que haya visto las películas de Josef Von Sternberg con Marlene Dietrich sabe que las irriga un genuino sentimiento masoquista, desde la relación del director con la fascinante actriz a su modo de inventarle personajes y escenarios de ficción para realzar sus encantos y atractivo, con los que subyugaba a los personajes masculinos y los conducía a la perdición como en El ángel azul,  La emperatriz escarlata, Agente especial o, la más masoquista de todas, El diablo es una mujer, basada en la novela de otro erotómano de signo masoquista como Pierre Louÿs, en la que también se inspiró Buñuel para torturar a Fernando Rey con dos diablesas de fuste como Angela Molina y Carole Bouquet en Ese oscuro objeto del deseo.

[Leopold Von Sacher-Masoch, La Venus de las pieles, trad.: Elisa Martínez Salazar, ilustraciones: Manuel Marsol, Sexto Piso, 2016, págs. 167]

Todo el que ha amado alguna vez conoce la experiencia. Nietzsche decía que no sabe nada del amor quien no ha aprendido a despreciar el objeto de ese amor. A lo que se podría añadir, invirtiendo el planteamiento demasiado severo del filósofo alemán, que tampoco sabe nada del amor quien no ha aprendido a sentirse despreciado por la persona amada. Esa vivencia genuina, que hace de todos los amantes, de uno u otro sexo, masoquistas potenciales, encierra un coeficiente de goce tan intenso como el amor correspondido. Todo el que lo probó lo sabe. Como lo experimentó en carne propia Sacher-Masoch, ese gran escritor polaco que hoy es reconocido como ucraniano aunque su verdadera patria sea la de la literatura entendida en el sentido integral de desveladora de verdades humanas inaceptables por la cultura o la moral.
En la literatura, Sacher-Masoch encarna la figura de ese escritor que pretende trasladar al libro las pasiones que le hacen temblar de pies a cabeza y las ideas ardientes en las que cree y agitan su inteligencia. Sacher-Masoch proyectó una vasta colección de obras agrupadas bajo el título El legado de Caín, donde abordaría los seis temas más importantes de la historia humana: el amor, la propiedad, el dinero, el Estado, la guerra y la muerte. Nunca finalizó tal empresa pero en el primero de los temas propuestos (el amor) dejó valiosas ficciones, entre novelas y relatos, y una obra maestra, La Venus de las pieles. En esta se cuenta la historia de cómo el joven esteta Severin obliga a su amada Wanda, la bella viuda pelirroja y libertina de pro, mediante un contrato libremente suscrito, a convertirlo en su esclavo y adoptar, en privado y en público, el rol de dominatriz erótica hasta las últimas consecuencias. Esta historia singular se inspira en las turbias relaciones de Sacher-Masoch con su amada la baronesa Fanny Von Pistor.
El masoquismo como patología malsana es el invento de sexólogos mojigatos más obsesionados por las etiquetas que por los deseos reales del cuerpo y de la mente. El masoquismo, como el amor cortés, es la experiencia de signo romántico que subvierte las jerarquías patriarcales para que el hombre aprenda a gozar con la superioridad de la mujer y la devaluación de su virilidad. Todo el placer deriva para él de la sumisión, la humillación y la obediencia servil a los caprichos del ama y señora de sus deseos.


Hay dos aspectos innovadores en la novela. Uno de cariz estético y otro ético. Como ya advirtiera Gilles Deleuze en su magnífica Presentación de Sacher-Masoch, uno de los rasgos más notables de la literatura de Sacher-Masoch es su tendencia a incorporar simulacros artísticos, ya sean estatuas o cuadros, para intensificar la pasión voluptuosa con artificios, insuflándole la fuerza del fantasma y el fetiche (como acertó a prolongar, en la vida y en el arte, otro gran escritor y pintor masoquista como Pierre Klossowski). Muy influida por la pintura de Tiziano, La Venus de las pieles ofrece así una surtida galería de obras que evocan los intensos placeres y bellezas del acto masoquista y se recrea, además, en las poses corpóreas y los detalles sensuales del ropaje (pieles animales y tejidos suntuosos) con que Wanda recubre su exuberante carnalidad.
La dimensión ética, en cambio, contradice las tentativas de tildar a Sacher-Masoch de misógino. En este sentido, podría considerarse La Venus de las pieles un cuento amoral. Cuando Severin hace de Wanda una diosa para poder adorarla como esclavo, está subvirtiendo las relaciones de poder convencionales, aquellas que corresponden a un régimen donde la desigualdad de género es la norma. Pero cuando, hastiado de la crueldad y esterilidad de la experiencia, descubre que no se podrá acabar así con los males de la opresión patriarcal, se niega a seguir participando del juego viciado y enuncia una moraleja intempestiva: “Que la mujer, tal y como ha sido creada por la naturaleza y como la educa actualmente el hombre, es enemiga del varón y únicamente puede ser su esclava o su déspota, pero nunca su compañera. Esto sólo será posible cuando ella goce de los mismos derechos que él, cuando sea igual a él por medio de la formación y el trabajo”.
Esta verdad política, 146 años después de la primera edición del libro, debería resonar como un mantra contra el maltrato, la explotación y el abuso. Y hacer de este libro perturbador una lectura obligatoria en todas las escuelas.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

JUEGO DE TRONOS


Mi  columna de ayer en medios de Vocento.

Treinta y ocho años después la democracia española no sabe aún qué pensar de sí misma.

La democracia es el aire que necesitan los pueblos para respirar, dicen que le dijo Fidel Castro a Donald Trump en su última llamada telefónica desde el planeta tierra. Y ambos líderes prorrumpieron a dúo en sonoras carcajadas antes de despedirse para siempre. Trump aprecia las bromas pesadas de los tiranos como los cigarros tercermundistas y las mujeres exuberantes, sin pensar demasiado en las consecuencias.
No sorprende que sea el programa de humor televisivo Saturday Night Live quien haya emitido los comentarios más agudos sobre las recientes elecciones recurriendo a la sátira y la caricatura. Con su mandato, Trump inaugura la era de la risa democrática, conectando con la vena cómica del pueblo. El fundamento de la democracia es polifónico y carnavalesco pese al lustre serio de la fachada institucional. No sé si los americanos se morirán de risa o de vergüenza en el período presidencial. Pero cuando Trump haga el ridículo clamoroso que se le augura lo echarán a patadas de la Casa Blanca con la fuerza de sus votos. Algo que no han podido hacer los cubanos con la dinastía de los Castro en más de cincuenta años de tristeza y soledad revolucionarias. Entre tanto, el huracán Trump amenaza con desatar erecciones reaccionarias en todo el mundo. Los fascistas continentales se frotan las manos sudorosas calculando cuánto les queda para conquistar de nuevo el poder por vías democráticas.
La democracia española, en cambio, no sabe aún si reír o llorar. Cada vez que se mira en el espejo mediático se siente más joven y vigorosa. Pero cuando se sienta a meditar sobre su origen y destino se reconoce anciana y gruñona como la madrastra de Blancanieves. Es el síndrome melancólico de una democracia madura. Cuanto más perdura e impregna la vida del país, más inadvertidos pasan sus éxitos. Frente a las veteranas democracias europeas, la gran virtud de la democracia española es su estado de transición permanente. Cierta inmadurez política conviene a una España que ha padecido durante decenios, como Cuba, el peso de la tutela totalitaria. La extracción de las dictaduras del cerebro de los pueblos es más difícil y dolorosa que la de una muela podrida. Y curar esa herida endémica exige mucho tiempo y paciencia.
Treinta y ocho años después debemos perder el miedo. Lo mejor de una gran Constitución es que puede reformarse cuanto se quiera, como los viejos edificios, sin que se derrumben las estructuras esenciales. La democracia española es sentimental, como diría Arias Maldonado, desde el principio. Y libidinal, añado, recordando con júbilo los turbios años de la transición. España tiene el corazón republicano y la cabeza monárquica. Ahí radica su fuerza crítica y su equilibrio inestable. El españolito machadiano viene hoy a un mundo liberado al fin de dioses opresores e idearios criminales. Celebrémoslo mientras dure.

lunes, 5 de diciembre de 2016

LA CASA NEGRA


 [Ishmael Reed, Mumbo Jumbo, La Fuga Ediciones, trad.: Inga Pellisa, págs. 330]

Nacido en la ciudad sudista de Chattanooga (Tennessee) en 1938, Ishmael Reed es el gran cazador negro de esa Moby-Dick blanca, protestante, anglosajona que ha mantenido a su pueblo en la esclavitud y luego en la opresión durante siglos y que, aún hoy, con un presidente afroamericano al frente de la Casa más Blanca de Washington, el sepulcro blanqueado de América del Norte, tiene a los miembros de esa raza maldita como víctimas preferentes de las peligrosas patrullas policiales y sus cuerpos armados de exterminio callejero.
 Con “Mumbo Jumbo” (1972) Reed culmina una larga década caracterizada por las luchas por los derechos y las libertades civiles. Reed escribe “Mumbo Jumbo” tras un viaje iniciático a Haití en 1969 y la novela encierra una considerable cantidad de datos sobre la historia de la isla, la espiritualidad pagana del vudú y el hudú, psicología e historia occidental, incluidas sus secciones más ocultas y sus episodios ocultistas, el judeocristianismo y su conexión espiritual con la esclavitud, la historia mundial y la historia americana, la historia de la música y el baile o la danza popular, y todo ello enfocado bajo el prisma de las revelaciones haitianas.
La magia literaria de “Mumbo Jumbo” toma su fuerza creativa de la invocación descarada de diversos factores genuinos: una exégesis revisionista de los mitos y arquetipos del antiguo Egipto (Isis, Osiris, Moisés), las prácticas de la magia vudú de los vivos y los muertos de las Indias Occidentales (Haití, Bahamas, Jamaica), los poderes elementales, los ritmos irresistibles y los mitos aborígenes de los negros africanos transmutados en tierras americanas.

La  trama invertebrada se ambienta, en gran parte, en el Renacimiento del Harlem de los años veinte, un momento detonante y expansivo de la cultura afroamericana del siglo XX, y se centra en la lucha de un personaje carismático, Papa LaBas, detective metafísico de atribulada existencia y practicante de los conjuros vudú y la brujería Neohudú (esto es, vudú oriundo de Nueva Orleans), reivindicada por Reed como energía primigenia de su literatura, contra las tentativas de la sociedad americana de los WASP (judeocristiana, monoteísta, capitalista, laboriosa, tecnócrata, puritana, etc.) por exorcizar y controlar el espíritu libérrimo de los negros (pagano, politeísta, lúdico, humorístico, musical, hedonista, etc.).
“Mumbo Jumbo” parodia el formato narrativo clásico transformándolo en polifonía carnavalesca que recicla todos los géneros y documentos (ficción detectivesca, ciencia-ficción, prosa y poesía, dibujos, carteles, anuncios publicitarios, bibliografías, poemas y artículos del Renacimiento de Harlem, mitologías griegas y egipcias, textos bíblicos, sagas germánicas, historia europea y americana, etc.) hasta conformar una sátira menipea de gigantescas proporciones y ambición desmesurada, cuyo fin último es la reescritura irónica de toda la cultura y la historia desde una perspectiva afroamericana.

La  operación subversiva de Reed en el seno de esta gran novela consiste en reinventar la mitología negra a fin de liberar a los negros de la mitología occidental de sus amos blancos. Mientras eso no ocurra, parecería decir Reed, no sirve de nada la supuesta libertad política que desde el fin de la esclavitud se les prometió como derecho inalienable.
“Mumbo Jumbo” es, de ese modo, un manifiesto político en pro de la libertad que es también una fiesta de la negritud entendida como jolgorio integral de la mente y el cuerpo en movimiento, como juego paródico de textos y paratextos y como gran carnaval de ideas excéntricas y situaciones desaforadas.
En definitiva, una valiosa reliquia de una época en que la literatura se creía omnímoda y aspiraba a revolucionar el mundo, en que su poder simbólico era tomado por eficaz sobre la realidad circundante.