lunes, 13 de marzo de 2017

TRIVIA

 [Héctor y David Sánchez, Kubrick en la luna, Errata Naturae, págs. 300]

El mundo del espectáculo audiovisual ha impuesto una nueva categoría. La “trivia”, es decir, la información accesoria o suplementaria sobre las películas, los directores, las teleseries, los actores y actrices y todo cuanto pueda generar flujos de información valiosa para el curioso. Vivimos inmersos en la sociedad de la información y eso no significa que estemos sumergidos solo en datos significativos o relevantes, sino también en oleadas incontenibles de ruido e información superflua, datos insignificantes por cuya posesión y consumo, sin embargo, como si fuera una droga de síntesis altamente adictiva, pugnan con celo los dominios de fans y los periodistas más inquietos.
Es lo que se conoce también como leyendas urbanas del cine, esa variante inferior de la mitología cinematográfica compuesta de rumores e infundios, distorsiones y falacias, mediante las cuales se pueden construir las teorías más abstrusas o transformar una película o un director en mucho más que un director o una película.
Miremos el caso más famoso, el de Stanley Kubrick, que da título a este suculento y divertido libro. Kubrick, el artesano de serie B que vio propulsada a las estrellas del prestigio y el reconocimiento su carrera creativa en una década tan explosiva como la de los sesenta. Y todo por una película como “2001”, memorable charada metafísica sobre la carrera espacial, el origen extraterrestre de la inteligencia y el radiante futuro de la tecnología.
La versión paranoica, de la que se hacen eco este libro y varios documentales recientes, cuenta que Kubrick se dejó comprar por la NASA ante la eventualidad de un fracaso de la misión espacial del Apolo 11. El compromiso de Kubrick con la NASA consistió en rodar en estudio ese alunizaje empleando las mismas técnicas que en su película de modo que si fallaba la emisión lunar el objetivo publicitario de la empresa no se viera truncado. Según las malas lenguas y la propaganda soviética, fueron esas imágenes rodadas por Kubrick en un plató sobre la llegada de los astronautas a la luna las que el mundo admiró en las pantallas de los televisores en blanco y negro de aquel verano de 1969 y no las del verdadero alunizaje, si es que este se produjo en algún momento, como sugieren esas mismas voces maliciosas.
Otros casos analizados en el libro son los del cine maldito, ese contingente de cintas consagradas al culto satánico o espiritista que ocasionaron muertes y desgracias múltiples entre sus creadores y demás miembros del equipo de producción. El más célebre y terrible es el de Polanski y “La semilla del diablo”, pero el esquema macabro se repite también con “El exorcista”, “La profecía” y “Poltergeist”.
El libro abunda en el anecdotario vinculado a películas célebres como “Casablanca”, “El mago de Oz” o “Psicosis”, por no hablar de los problemas de la paternidad maldita de “Star Wars”, pero también proporciona sugestivas variantes sobre la vida exagerada y la muerte trágica de Jayne Mansfield y James Dean, o sobre la falsa muerte de la actriz embadurnada de oro de “Goldfinger”.
Ficciones, mentiras, mitos y fantasías más o menos publicitarias que, como pasa en la vida, especian y dan espesor a un mundo como el del cine que se nutre de ellas para seguir vivo y sobreexcitando el cerebro de sus espectadores. No tienen otra función que esta y, por tanto, todas estas maravillosas trivialidades del cine y la vida del cine circulan por doquier a sabiendas de que, tarde o temprano, acabarán desapareciendo de la memoria del público como lágrimas en la lluvia.

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