miércoles, 15 de marzo de 2017

YO SOY PROVIDENCE


 [Roberto García Álvarez, H. P. Lovecraft, GasMask Editores, págs. 747]

Imaginar a Lovecraft a los cuatro años en brazos de su neurótica madre, vestido de niña o de caballerete inglés, sosteniendo una escopeta entre sus manos y coqueteando con la idea de apretar el gatillo es una de las imágenes imborrables del personaje que nos proporciona el excelente relato de García Álvarez.

Cualquier lector que se haya plantado ante la tumba de Lovecraft en el cementerio de Swan Point en Providence y comprendido el designio final de su epitafio hallará en este libro de García Álvarez motivos para el alborozo literario. Una alegría paradójica, desde luego, ya que cualquier aproximación al genio de Providence, como saben sus fans, viene teñida de todos los colores del espectro, ostentando un lugar privilegiado los tonos más siniestros e inquietantes para el ojo y el espíritu humanos, tan sobrecargados de visiones convencionales sobre la realidad.
En la bibliografía anglosajona contamos con las exigentes biografías y ediciones del estudioso S. T. Joshi y con la filosófica revisión de su literatura (Weird Realism: Lovecraft and Philosophydebida a uno de los líderes del realismo especulativo, Graham Harman, quien propone una lectura original de su obra fundada en los esfuerzos de la escritura de Lovecraft para dar cuenta de un mundo literalmente imposible de representar. Esta enciclopédica biografía escrita en español se suma con brillantez y rigor a este catálogo prestigioso.
Todas las máscaras del escritor desfilan por las páginas del libro en pormenorizado orden cronológico: el misógino educado por una madre enferma mental, el racista preocupado por el sufrimiento humano, el periodista polémico y el escritor innovador, el defensor de las tradiciones y el escéptico radical, el astrónomo diletante y el materialista metafísico, el filósofo del terror y el amante tímido, el aristócrata decadente y el pesimista puritano, el recluso maniático y el gran cultivador de la amistad, el socialista y el fascista, etc.
Como toda biografía seria de una personalidad creativa, esta abre no pocas interrogantes: ¿Es posible confundir al hombre con el escritor? ¿No es este el doble crítico de aquel? ¿Su parásito provocador, su negación encarnada, su revolucionario interno?
En muchos relatos de Lovecraft el triunfo del monstruo indescriptible, la alianza espantosa con el mal, el horror o el caos de la materia viva aquejada de impredecibles mutaciones, parecería anunciar el momento en que todos los terrores se disipan y sólo queda un porvenir indefinible y totalmente radiante más allá de lo humano, como Lovecraft aprendió a valorar en sus lecturas de Nietzsche. De ese modo, las fantasmagorías inhumanas de Lovecraft parodian el lenguaje de las iglesias protestantes y subvierten sin pretenderlo el objetivo trascendente de su discurso al constatar el fracaso de toda empresa humana enfrentada al mal que excede las exiguas categorías morales con que se ha interpretado tradicionalmente el cosmos.
No obstante, los miedos ancestrales que Lovecraft escenifica superan ampliamente los límites de la resistencia racional ante lo desconocido. En este sentido, las aprensiones sexuales y raciales de Lovecraft, por más que nos disgusten o perturben nuestra comprensión del personaje, forman parte inevitable del mundo de fantasmas inconscientes al que se enfrentó con los únicos instrumentos con que contaba este norteamericano desgarbado y enfermizo, de imaginación calenturienta y pánico cerval a la realidad de la vida: el lenguaje heredado de sus ancestros, al que imprimió un estilo retórico inimitable, y las fábulas primordiales de una teogonía malvada solo apta para descreídos.
El humor y la ironía, sin embargo, le permitieron relativizar sus terribles postulados y adoptar la posición moral del escéptico, como muestra este juicio: “uno debe llegar a darse cuenta de que todo en la vida es una simple comedia de deseos vacíos, los que se esfuerzan y la toman en serio son los payasos, y aquellos que la miran con calma y sin creérsela son los que se ríen de los actos de los luchadores”.
Hoy se cumplen ochenta años de su muerte. 

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