miércoles, 12 de abril de 2017

ESPAÑA BAJO PALIO

            

España, en Semana Santa, se pone su disfraz más rancio y trasnochado.


Todas las primaveras el mismo golpe de estado espectacular y no nos acostumbramos. Las Vírgenes, los Cristos, los nazarenos, los legionarios, los penitentes de la España eterna tomando las calles por asalto para asombro de los turistas chinos y fastidio de minorías ilustradas. Ese es el plan de las vacaciones. Vírgenes lacrimógenas y Cristos desgarrados por una saeta y también turistas europeas despatarradas al sol.
Algunos nativos llaman cultura a esto y tildan de incultos a quienes no comparten el regusto populachero y supersticioso del evento. El porcentaje del PIB y el 21% de IVA son los signos de distinción de la verdadera cultura. En comparación, la Semana Santa cofrade se reduce a factoría local de imágenes religiosas del horror. Como si no tuviéramos bastante con las atrocidades de los telediarios.
El caso de Cassandra Vera escandaliza a la inteligencia. ¿Es Carrero Blanco una víctima de los sicarios etarras o un secuaz asesinado del dictador? ¿Reírse de Carrero es hoy una prueba de ingenio o un indicio de estupidez? Siempre estamos con lo mismo. La izquierda descolocada que rebusca en el vertedero del pasado motivos para sentirse fuerte. Y una derecha franquista que reconquista el territorio invadido, calle a calle, plaza a plaza, con eficacia medieval. ¿Y si detrás del asunto de la tuitera “trans” solo hubiera un pulso judicial por hacerse con el control de la opinión en las redes sociales?
La procesión prosigue, por dentro y por fuera. España es un país para viejos longevos en el que el gobierno, en un gesto electoralista, se gasta casi la mitad del presupuesto en pensiones. Y los jóvenes, que ponen la carne fresca y a menudo son carne de cañón, no encuentran su sitio en la vida ni un puesto de trabajo digno y duradero.
Al lado de mi casa, con gran despliegue de medios, acaba de instalarse una avanzada clínica de investigación genética. No descarto que algún día, entre sus servicios especiales, se cuente una terapia revolucionaria para combatir las taras genuinas de naciones y pueblos. España es un carnaval todo el año y no solo antes de la cuaresma. Las procesiones nos recuerdan que somos un país viejo en permanente crisis de identidad. Necesitamos una reconversión radical de las imágenes y máscaras de nuestra cultura y no repetir, año tras año, la misma pantomima melodramática de madres que sufren lo indecible por el suplicio de un hijo escarnecido para expiar los males del mundo capitalista.
La España folclórica tiene mucha fuerza y un tirón turístico innegable y la España ilustrada quizá solo sea un camelo para élites en bancarrota. A los políticos ambiciosos, como la nueva papisa andalusí, les conviene halagar el gusto mayoritario. En este país, si no comulgas con pasiones colectivas, te ponen enseguida el capirote y te sacan en procesión.

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