lunes, 22 de mayo de 2017

ETERNO RETORNO DE TWIN PEAKS


Yo también, como cuenta Nacho Vigalondo en este estupendo libro, lo primero que vi de Twin Peaks fue el falsario episodio piloto en su versión para el mercado europeo. Lo encontré en agosto del 90 en el anaquel de novedades del videoclub Casablanca, mi favorito de entonces en Málaga. Un cartucho de vídeo caído directamente de Tlön o de Uqbar, o de cualquier otro remoto mundo concebido por la imaginación humana en estado delirante, para confundir todas las categorías kantianas y los límites cognitivos y/o estéticos de la (meta)ficción televisiva. Lynch acababa de ganar la Palma de oro en Cannes por Corazón salvaje y estaba en el pináculo de la gloria cinematográfica y televisiva al mismo tiempo, tras el exitazo americano de la primera temporada de Twin Peaks. Ya después, en su estreno español, tuve ocasión de comprobar todos los infundios y las falacias que el piloto manipulado inducía a pensar. En este oportuno libro, hay de todo, como suele decirse, y muy bueno: desde viajes ególatras al confín de la provincia mental de algunos de sus autores, en intersección más o menos previsible con el territorio cartografiado de la serie, hasta lúcidas aproximaciones a Lynch y a sus diabólicas criaturas de la América profunda. Su lectura íntegra, en el orden aleatorio que se prefiera, es más que recomendable, antes y después de asistir a la resurrección digital de la teleserie más famosa e influyente de los grandiosos noventa… 


[VV. AA., Regreso a Twin Peaks, Raquel Crisóstomo y Enric Ros (eds.), Errata Naturae, 2017, págs. 305]


David Lynch va a la televisión y la cambia y nos cambia.
-G. Cabrera Infante-

Ahora que Twin Peaks reaparece en televisión, vamos a ser honestos. Quien había padecido la perturbación emocional y el vértigo estético de Eraserhead y Terciopelo azul no podía sentir ante las imágenes de Twin Peaks un estremecimiento nuevo. La revolución de la serie no residía tanto en las imágenes como en el trabajo de las imágenes en la mente del espectador televisivo aposentado en su espacio doméstico.
El fan de Lynch asistía entonces a ese momento culminante de la carrera de su artista admirado en que este decide universalizar su arte, hacerlo asequible a una audiencia mucho más vasta de espectadores comunes. Esa fue la primera razón de su éxito y también de su fracaso. Twin Peaks conoció a ambos impostores con igual contundencia. En la primera temporada, estrenada en la primavera de 1990, un artista raro y singular como Lynch alcanzó un grado de popularidad infrecuente. Durante la segunda, emitida con perniciosa discontinuidad en la temporada 1990/91, Lynch padeció un linchamiento condigno del encumbramiento previo.
El malentendido había consumado su obra maestra convirtiendo a Twin Peaks en el precedente de las teleseries más amadas y odiadas de nuestro tiempo, esas mismas que se convierten en un ambiguo culto religioso que solo se puede actualizar mediante el visionado en bucle de sus episodios y temporadas.
Para exorcizar la influencia funesta de ese fracaso, Lynch no pudo sino escenificar un regreso al lugar infernal en que se había quedado atrapada la serie y él mismo como creador en el episodio final de la segunda temporada. No tardó mucho en planificar su venganza cinematográfica contra el medio televisivo y el público adicto a sus emisiones cotidianas. Twin Peaks: Fuego camina conmigo no era otra cosa que una maléfica vuelta de tuerca al mundo original de la serie y a sus falsas expectativas de normalización artística.
No entiende nada de Lynch quien no se enfrente al dilema de un artista de vanguardia que es al mismo tiempo un creador genuino nutrido por la mentalidad bimembre de la cultura popular americana: atrevida y cursi, obsesiva e ingenua, fetichista y puritana, viciosa y angelical, tenebrosa y radiante. Como lo es Laura Palmer, la víctima propiciatoria en torno a cuyo sacrificio se organiza la trama de la serie y que da sentido con su vida y con su muerte a la visión de América que transmite Lynch.
Todo estaba ya en Terciopelo azul, esa perversa parábola sobre la dialéctica de la bondad y la maldad humanas. En Twin Peaks la historia se expande y ramifica a medida que el espacio se puebla de personajes y de situaciones cada vez más grotescas y delirantes hasta la dislocación de los episodios finales, donde la serie se enreda hasta volverse interminable. La idea inicial de Lynch y de su cómplice Mark Frost, en sintonía con los finales optimistas de Terciopelo azul y Corazón salvaje, no era permitir que la serie concluyera con el triunfo definitivo del mal. La imagen terrible del agente Cooper mirando al sesgo para revelar que el espíritu maligno se ha apoderado de él, tras sus incursiones al otro lado del espejo de la vida y la muerte, es la que torna incierto este regreso de la tercera temporada.
Veintisiete años después, Twin Peaks vuelve a la televisión. Es la ley de Lynch. El eterno retorno de los escenarios y los paisajes, los misterios inexplicables y la materia oscura de la realidad americana. El bucle infinito que anuda las imágenes de la pantalla y las mentes de los espectadores. 

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