martes, 11 de julio de 2017

PENSAMIENTO REALISTA


[John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Sexto Piso, trad.: Albino Santos Mosquera, 2017, págs. 339]

Hoy, como entonces, se cree que nada puede detener a los seres humanos a la hora de rehacerse a sí mismos y de rehacer el mundo en el que viven según les plazca. Esta fantasía subyace a muchos aspectos de la cultura contemporánea, por lo que, en tales circunstancias, lo que necesitamos es un modo de pensar distópico.

-John Gray-

El realismo puede ser una estética dudosa cuando se habla de cine, literatura o arte en general, pero cuando se trata de pensamiento, tras las terribles convulsiones sociales, históricas y políticas del último siglo, es la única forma de garantizar una relación productiva entre el cerebro humano y la realidad en la que se integra y, sobre todo, de frenar la tendencia espontánea de la mente a elaborar interpretaciones de la realidad que supongan fugas fanáticas de esta a través de la creación de mitos de redención o mixtificaciones nocivas sobre el papel de la especie en el mundo.
Este espléndido libro de Gray, uno de los grandes analistas del mundo contemporáneo, fue publicado en 2007, cuando el desastre de la guerra de Irak comenzaba a ser manifiesto y el segundo mandato de Bush se volvía un espectáculo bochornoso. Y, sobre todo, antes de que estallara la crisis financiera que aún estamos pagando. Este último aspecto es decisivo, un decenio después, para poner entre paréntesis el vaticinio de un futuro más optimista, a pesar de todo, que se realiza en las últimas páginas.
Como lector asiduo de Gray, sin embargo, uno tiene la sensación de haber leído ya muchos de los argumentos de este libro en los libros posteriores del autor y, muy en especial, en los últimos publicados La comisión para la inmortalización, El silencio de los animales y El alma de las marionetas.  No obstante, lo que admira de Gray es su capacidad para neutralizar con eficacia en el discurso de sus libros las críticas ideológicas de izquierda o de derecha. Uno lo ve empeñado en machacar sin piedad las ilusiones revolucionarias de los jacobinos franceses, los marxistas-leninistas soviéticos o los maoístas chinos, con cifras aplastantes de catástrofe masiva y genocidio sistemático, y poco después, en otro capítulo, lo encuentra triturando, con la misma energía demoledora y la misma violencia fría de los datos y las ideas desnudadas de su retórica propagandística, los daños criminales del nazismo germánico y la patológica voluntad de poder de Hitler y sus cómplices, o el utopismo falazmente democrático del imperio americano liderado por Bush y sus rapaces neoconservadores tras el 11 de septiembre de 2001.
Y es que Gray, si es un conservador, lo es de nuevo cuño. Un conservador que refuta la idea humanista e ilustrada de progreso y la promesa utópica de transformación del mundo, religiosa o laica, como las armas de destrucción más devastadoras concebidas por el hombre. Ese programa totalitario y esa promesa peligrosa afectan por igual a todos los idearios que se han disputado el poder en el escenario de la historia de los dos últimos siglos: anarquistas, comunistas, fascistas (cristianos o islámicos), pero también los gobernantes occidentales que han pretendido expandir la democracia por el mundo con la fuerza bruta de la persuasión militar y económica.
Gray no escatima argumentos para probar su tesis, disecciona teorías y discursos, analiza hechos significativos, personalidades carismáticas, ficciones y perversiones de la historia sangrienta del siglo XX, hasta alcanzar la conclusión irrebatible de que el antídoto más contundente contra los excesos de la sinrazón utópica es el pensamiento realista. El pensamiento realista, como Gray reconoce, tiene la virtud de ser maquiavélico en su comprensión de los influyentes mecanismos del poder político y el único defecto de ser impopular. Ya se sabe que el ser humano no se caracteriza, precisamente, por afrontar sin filtros imaginarios la verdad que emana del análisis desapasionado de la realidad. De ahí quizá, siendo Gray un ateo reconocido, el papel paradójico que atribuye a la religión en la vida de la gente. Una vía mental hacia la ilusión de que más allá de la mezquina realidad tal vez exista un mundo espiritual asequible y un vínculo comunitario gratificante.
Lo más original del pensamiento realista propugnado por Gray es, sin embargo, su asociación con la visión distópica del mundo procedente de escritores como Wells, Huxley, Orwell o Zamiatin, entre los modernos, y Dick, Nabokov, Burroughs o Ballard, entre los posmodernos. De hecho, la situación actual representa, con la matanza de Siria y el terrorismo del Isis como nuevos agentes impulsores, la consumación del pensamiento de Gray sobre el milenarismo del terror y el mito del apocalipsis occidental.

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