lunes, 18 de diciembre de 2017

EL CEREBRO ERES TÚ

 
 
[David Eagleman, El cerebro. Nuestra historia, Anagrama, trad.: Damià Alou, 2017, págs. 277]


Y la gris resaca, esa corriente que le aleja a uno de tierra firme, que le lleva mar gris adentro, cerebro adentro.

-Luis Goytisolo, Antagonía («Recuento», p. 514)-

No se engañe por más tiempo. No es usted, en realidad, quien lee estas palabras sino su cerebro. O mejor dicho: los millones de neuronas que componen las redes de su cerebro y que, según diría David Eagleman, usted suele identificar como su yo. Eagleman, además de un brillante neurocientífico de la prestigiosa universidad de Stanford, es un magnífico divulgador. Como reconoce en la sección de agradecimientos de este instructivo ensayo, sus padres, una bióloga y un psiquiatra, rara vez le permitían ver la televisión excepto cuando emitían la serie “Cosmos” de Carl Sagan.
Este es el modelo reconocido de Eagleman, fundado en la adquisición del conocimiento a través de la investigación rigurosa en laboratorio y, más tarde, la trascendental difusión de los datos recopilados por todos los medios de comunicación disponibles, desde la televisión a internet, para que alcancen al mayor número posible de receptores. En este aspecto, su logro más llamativo es haber creado un libro digital (“¿Por qué importa la Red?”) que es también una aplicación para tabletas a fin de concienciar sobre la importancia de internet en la conservación y transmisión del conocimiento. En la visión de Eagleton, el cerebro individual no es nada sin la interacción social con otros cerebros, constituyendo una red de redes. No otra cosa es internet, una red de cerebros interconectados a nivel mundial. Un cerebro de cerebros.
Tras esto, Eagleman escribió el guión de una teleserie documental, al estilo de Sagan, para difundir los fundamentos de la ciencia del cerebro que ya había expuesto con éxito en su libro anterior (“Incógnito”) y que ahora quería hacer llegar al gran público no lector. Para articular su ameno discurso, Eagleman recurre a la estrategia retórica de plantear los conceptos esenciales de su ideario por medio de una serie de seis preguntas clave que son también los capítulos que constituyen este interesante libro, compañero textual de la teleserie.
La primera respuesta a esas cuestiones es básica: somos siempre lo que el cerebro quiere. El cerebro humano, se entiende: esa extraña maquinaria computacional encerrada en la caja oscura del cráneo, según la definición de Eagleman, esa masa celular de plasticidad infinita que determina con sus incesantes procesos todo lo que hacemos, decimos, sentimos y pensamos.
De ese modo, respondiendo a las grandes preguntas formuladas en el libro, el yo depende del funcionamiento cerebral y sus caprichos; la realidad es una construcción mental generada con los datos cognitivos obtenidos por los sentidos; el control y las decisiones dependen del cerebro, es decir, están bajo la tutela de operaciones neuronales de las que no sabemos nada, tal es la complejidad constitutiva de nuestras necesidades y deseos vitales, y nuestra conciencia es solo un destello ilusorio en medio de ese aparente caos de señales y conexiones.
Freud dio una primera respuesta, conforme a las expectativas de su tiempo, pero desde el siglo pasado la ciencia no ha hecho sino avanzar en la exploración fisiológica del cerebro hasta llegar a una situación insólita. En este siglo, la evolución de la neurociencia y la tecnología cibernética van de la mano, como señala Eagleman, hasta el punto de poder experimentar con la fusión del humano y la máquina mediante el volcado de cerebros individuales en ordenadores, la incorporación de nuevos dispositivos sensoriales a nuestro viejo cerebro y, sobre todo, la creación de inteligencias artificiales cada vez más potentes y sofisticadas.
Al final, Eagleman, con sus grandes dotes de persuasión, nos hace comprender que la ciencia del cerebro y la vida futura forman parte de la aventura milenaria de la inteligencia humana. 

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